La crítica alemana Karin Jezierski (n. 1951) vivió en Venezuela desde 1983 y llegó a publicar dos pequeños libros: Muralismo en Venezuela: Un pueblo pinta su historia (1987) y el que ahora reseñamos de 1995, ambos publicados por Cuadernos Lagoven. En ambos, la autora pone de manifiesto su talento y sensibilidad crítica, además de su interés por el arte venezolano. En este su segundo libro, ha realizado una estricta selección de diez artistas de Zulia: Francisco Hung (1937–2001), Ender Cepeda (n. 1945), Carmelo Niño (n. 1951), Edgar Queipo (n. 1951), Pedro Morales (n. 1958), Diego Barboza (1945–2003), Ángel Peña (n.1949), Henry Bermúdez (n. 1951), Emerjo Darío Lunar (1940–90) y Francisco Bellorín (n. 1941). La obra de la mayoría de ellos fue dada a conocer entre los setenta y los ochenta; sin embargo, en su lista ha privado la pintura, aunque no deje de mencionar o reseñar realizaciones diversas como el grabado en Belloría, los happenings en Barboza o los videos computarizados de Morales. Aunque no pretende ser una historia del arte moderno en esa región (lo que explicaría la ausencia de artistas de relevancia como Víctor Valera, Lya Bermúdez o Carlos Contramaestre) se aportan detalles biográficos significativos de cada uno de los escogidos, cumpliendo con un análisis somero y correcto de los aportes respectivos a través de obras cimeras. La selección agrupa dos generaciones: la que surge en los sesenta con la abstracción lírica o informalista (Hung y Bellorín) y aquella del conceptualismo y el performance (Barboza) de principios de los setenta, junto a los nuevos dibujantes de los setenta, convertidos en pintores del neorrealismo mágico o fantástico de los ochenta (Cepeda, Queipo, Niño, Peña, Bermúdez). Con la salvedad del más joven (Morales) que pasa prontamente al computer art. Sólo un artista de los seleccionados tendrá su formación al margen de lo académico (Lunar), sin por ello dejar de participar en Salones y recibir, como todos, el apoyo comercial de las galerías de Caracas. Jezierski intenta, así mismo, establecer la contemporaneidad de este grupo de artistas del Zulia, en sus vínculos con lo europeo y lo latinoamericano, ya sea en las referencias estilísticas o bien en las citaciones de historia del arte; revelando el correlato con la literatura latinoamericana, en particular la del realismo mágico y “lo real maravilloso”. Según Jezierski, si no llegan a formar una “escuela”, a pesar de la cercanía generacional y las referencias locales, su selección constata que, desde temprano, hubo conciencia en la región de la emergencia de nuevos artistas y su proyección nacional e internacional, fenómeno ratificado por la XLIII Biennale di Venezia (1986) y la Tokio Art Expo de 1991. De allí deriva precisamente el interés de esta investigación, al constituirse en el primer estudio particular de pintores zulianos contemporáneos con un sentido de actualidad, ajeno a la simple revisión histórica. Las cronologías que cierran el libro permiten relacionar aspectos no referidos en su investigación como el vínculo de algunos con grupos artísticos como 40 grados a la sombra (de Maracaibo), o Pez Dorado (de Caracas); incluso el haber participado del boom del dibujo de fines de la década del setenta y el “retorno a la pintura” de los ochenta.