En 1952, el pintor venezolano Oswaldo Vigas (n. 1926) se hizo merecedor del Premio Nacional de Artes Plásticas con la obra La Gran Bruja, y del Premio John Boulton con la obra Mujer, ambos otorgados en el XIII Salón Oficial Anual de Arte Venezolano (Museo de Bellas Artes, Caracas). A raíz de la premiación, Vigas tuvo la oportunidad de viajar a París para completar su formación artística. De hecho, su propuesta expresionista no dejó de suscitar duras críticas y cuestionamientos en una escena plástica de Venezuela donde aún predominaban las tendencias más tradicionales de la figuración, entendida como “mímesis”. En este punto, el texto de Vigas es una reacción ante la poca comprensión de la crítica y el mercado para con su propuesta, ya premiada para ese momento. De igual modo, constituye la oportunidad de aclarar y reivindicar la principal fuente de su búsqueda artística: el lenguaje ancestral de las culturas autóctonas. Vigas comprende sus referentes como “expresión de pertenencia”, así como propositivos de una nueva universalidad. Ya sea sus consideraciones acerca del papel del mercado en la conformación de una sensibilidad —tradicional o no—, o bien en la valoración de “lo autóctono”, abren el compás para la comprensión del surgimiento y apreciación de las vanguardias del arte venezolano de los años cincuenta. En este punto, la institucionalidad artística habría valorado la propuesta de La Gran Bruja al premiarla, pero las reacciones adversas darían cuenta de un rango más amplio de recepción, valoración y posible circulación de las obras. En lo que se refiere a su concepto de “pintura-emoción”, Vigas otorga nueva dimensión a su propuesta figurativa al desvincularla de la imitación de la realidad (mímesis). En otro texto, Vigas analiza este tema: véase en el archivo digital ICAA, “Lo que se tiene no se busca”, (doc. no. 1152785). Además, véase la entrevista de M.C., “Detesto la palabra búsqueda: Oswaldo Vigas” (doc. no. 1152801).