Entre octubre y noviembre de 1961, el IAC realizó en Lima una exposición homenaje al pintor Sérvulo Gutiérrez. La muestra respondía a la sostenida labor del IAC por dinamizar y promover el arte moderno en el país. Constituía además una segunda retrospectivas de la institución (la primera dedicada al indigenista independiente Mario Urteaga). La muestra se explicaba tanto por el reciente fallecimiento de Gutiérrez cuanto por el papel destacado que su obra tuvo en el medio artístico a mediados del siglo veinte en el Perú; sobre todo en lo referente a su apuesta por una figuración moderna. Sin embargo, su tenaz rechazo a la abstracción careció de una formulación programática que diera protagonismo a sus intervenciones en las polémicas locales sobre el tema durante la década de cincuenta. La muestra del IAC propició el balance de su trayectoria, en un contexto donde la abstracción era ya la lingua franca de la vanguardia atisbada en el país. Desde esta perspectiva, el prólogo al catálogo, escrito por Acha, hizo un balance ponderado de su propuesta, interpretado por algunos como contrario a Gutiérrez. Siendo consecuente con su “fe vanguardista”, Acha negó a la obra de este pintor la calidad de “creación artística”, encajando ese valor sólo bajo parámetros de la vanguardia internacional. Lo principal de su crítica apuntó a que el pintor carecía de la “mínima dosis mental” —pese a llegar a los límites de la figuración— para llegar a la abstracción. Uno de sus detractores, el escritor Juan Ríos, denunció el tono negativo del prólogo (tratándose de una exposición homenaje).
El crítico peruano radicado en México Juan Acha (1916–95) fue uno de los principales propulsores de la vanguardia artística en el Perú a mediados de la década de sesenta. A través de sus escritos, ensayos y notas periodísticas, el Pop y el Op-Art encontraron tanto un defensor teórico como un promotor de los jóvenes que cultivaban esas tendencias enmarcadas por la ideología desarrollista del momento.
Originalmente se formó como ingeniero químico; sin embargo, en su madurez, Acha adquirió una impresionante formación en teoría e historia del arte, convirtiéndose en el principal crítico actuante en el Perú desde finales de la década de cincuenta (bajo el seudónimo de “J. Nahuaca”) hasta 1971, año en que, tras breve estadía en los Estados Unidos, se radica definitivamente en la capital mexicana. Su labor reflexiva en esa ciudad lo convirtió en referente fundamental para la teoría social del arte y los nuevos conceptos en torno a los llamados no-objetualismos.