Este es un artículo de Ramiro Pérez Reinoso acerca de lo que denomina el “arte último”, en referencia al surgimiento de las vanguardias. Durante la década de 1920, el arte de vanguardia fue eje central en la discusión artística del Perú. De hecho, las reflexiones estéticas ensayadas por los intelectuales locales evidenciaban un permanente interés por los escritos europeos sobre el llamado “arte nuevo”, asimilados críticamente y con una rapidez creciente. Sirva de ejemplo el caso de Ramiro Pérez Reinoso, notable ensayista versado en filosofía y vinculado al Partido Aprista Peruano. En 1924, publica “Definición del arte nuevo”, texto pionero que recoge varias ideas planteadas por José Ortega y Gasset (1883–1955) en “Musicalia” (1919) y luego desarrolladas en La deshumanización del arte (1925). Haciendo suya la postura del filósofo español, Pérez Reinoso opone el espíritu deportivo de los “ismos” al sentimentalismo romántico del siglo XIX. Tres años después, a propósito de un escrito de Amédée Ozenfant aparecido en el Journal de Psychologie (probablemente “Sur les écoles cubistes et post-cubistes”, de 1926), retorna al problema de la estética nueva inaugurada con el cubismo. A diferencia de la mirada retrospectiva de Ozenfant, el peruano reconoce a este movimiento una absoluta vigencia como paradigma de la vanguardia. En aquel momento el cubismo signaba la obra de los escasos pintores peruanos afiliados al llamado “arte nuevo”, como Carlos Quízpez Asín (1900–83), César Moro (1903–56) y Emilio Goyburu (1897–58).