A lo largo del siglo XX, el arte precolombino se erigió como uno de los referentes centrales para los artistas e intelectuales interesados en la formación de un arte de cuño “americano”. En el Perú, los primeros intentos por asimilar aquel legado a la plástica contemporánea fueron promovidos por Teófilo Castillo, pintor y crítico que operó en las dos primeras décadas del siglo. En la década de 1920, tal tendencia alcanzó un desarrollo mayor al imbricarse con los movimientos nacionalistas imperantes; sin embargo, el interés por el arte prehispánico se enfocó en brindar verosimilitud a las reconstrucciones historicistas del pasado, o a configurar repertorios ornamentales de una idea trasnochada de “peruanidad”. En aquel panorama destacaron las posiciones, casi insulares, de César Falcón y Ramiro Pérez Reinoso (1897–1994), intelectuales de izquierda vinculados tanto al Partido Comunista Peruano como al APRA, respectivamente. En concordancia con la labor de propaganda marxista que realizaba en la España republicana, Falcón rechazó el arte precolombino como producto de sociedades absolutistas y conservadoras. Por el contrario, Pérez Reinoso identificó el potencial “revolucionario” de aquel legado, llegando a confrontarlo al gusto reaccionario de derechas. Al hermanar la estética precolombina con la del vanguardismo, se advertía además la posibilidad de un arte nacional que trascendiera el repertorio temático del indigenismo.