Durante la década de los veinte, el escultor español José de Creeft fue una de las pocas figuras de la vanguardia internacional que intervino directamente en la escena artística peruana. En 1927, el artista remitió una maqueta al concurso internacional, realizado en Lima, para el monumento a Jorge Chávez, aviador muerto en Domodossola (Suiza) tras cruzar los Alpes en un aeroplano. Por otra parte, su solitaria presencia en evento mayoritariamente académico debió relacionarse con su amistad con César Vallejo, el reconocido poeta vanguardista, a quien de Creeft retrató en 1924. La obra motivó un extenso comentario de Vallejo —remitido en 1925 desde París y publicado en la influyente revista limeña Mundial— en cuyo texto se hace una reflexión acerca de la esencia creativa de la vanguardia y en oposición frontal a la mímesis tradicional. Aunque al final de los acontecimientos de esa época, el monumento a Chávez se le otorgó al escultor italiano Eugenio Baroni (1880–1935), el proyecto de Creeft sirvió como estímulo para los escasos representantes de una vanguardia limeña, aquellos que iban a contracorriente del indigenismo imperante (encabezado por José Sabogal). Uno de ellos, el pintor y caricaturista Emilio Goyburu (1897–1958), llegó a elogiar esta maqueta como aporte al arte de vanguardia. Teniendo clara comprensión del término, Goyburu destaca la belleza casi abstracta de la obra, cuyo geometrismo de filiación cubista, una estética que defendió a capa y espada como la auténtica plasmación de una escultura monumental.