Hacia 1940, la costa peruana ocupaba un lugar secundario en el gran proyecto de representación del país llevado a cabo por el indigenismo, enfocado más en la plasmación de paisajes y formas de vida serranas. Aunque las costumbres populares criollas solían formar parte del repertorio temático de este movimiento artístico, no ocurría lo mismo con el paisaje del litoral. De hecho, la reivindicación del indígena enfatizaba ciertos valores (fuerza y reciedumbre), supuestamente determinados axiológicamente por el marco geográfico de la sierra andina, los cuales mal se avenían con la horizontalidad monocromática de los desiertos costeños. Sin embargo, fue esta carencia de elementos pintoresquistas la que motivó que algunos críticos y artistas locales vieran en la representación de la costa el medio para imponer una nueva concepción de la pintura, basada en un formalismo estricto. Así, opositores al indigenismo como Raúl María Pereira y Luis Fernández Prada (1917–73) destacaron las dificultades técnicas que el paisaje casi inexplorado de la costa planteaba a los artistas. No por casualidad, quienes dirigían su atención a esta región geográfica eran los cultores locales de una “pintura pura”: Ricardo Grau (1906–70), Macedonio de la Torre (1893–1981) y Federico Reinoso (1912–85).
[Para más información, consulte en el archivo digital ICAA un texto paralelo sobre la pintura costeña escrito por Luis Fernández Prada, “Ya se empieza a pintar la costa” (doc. no. 1146856)].