A mediados de agosto de 1944, arribó a Lima María Izquierdo junto con su esposo Raúl Uribe Castillo, también pintor, ambos enviados en misión cultural por el Ministerio de Educación Pública de México. En contraste con la actividad fugaz en la capital peruana de David Alfaro Siqueiros el año anterior (una conferencia a favor de la causa aliada), la pintora mexicana presentó sus obras en el Instituto Cultural Norteamericano de Lima. Se trataba de una ocasión excepcional para apreciar el movimiento artístico de su país a través de una de sus figuras destacadas, lo que no se había presentado desde 1937, año en que se exhibió en Lima la colección del embajador Moisés Sáenz. La presencia de Izquierdo coincidió con un momento de repliegue del indigenismo, desplazado un año antes del principal centro de enseñanza artística del país con la destitución de José Sabogal de la Dirección de la ENBA. En esa ocasión, la artista no olvidó remarcar la similar actitud “americanista” que existía entre el muralismo mexicano y el indigenismo, movimientos embarcados en la búsqueda de una estética propia, ajena a influencias europeas. Representaba una vindicación del programa nacionalista, de forma tal que los intelectuales y artistas vinculados al indigenismo se encargaron de promover la muestra. La radicalidad de su obra motivó la actitud reticente de Raúl María Pereira (1916–2007), el principal impulsor de la renovación cosmopolita de la plástica local. Éste crítico modernista consideraba buena parte de las indagaciones primitivistas de Izquierdo como meramente decorativas, opuestas al rigor formalista y austero de la “plástica pura”; no obstante, reconoce la expresividad de lo exhibido para la reflexión del medio artístico local.