A inicios de la década de 1930 surgió en Lima un cenáculo artístico: Los Duendes, un grupo de pintores aficionados, cultores de un simbolismo de raigambre literaria con elementos art déco, cuya propuesta estética se erigió como alternativa en un contexto bajo el predominio pictórico indigenista. Reunidos en torno al poeta José María Eguren (1874–1942), la primera y única intervención colectiva de estos “Independientes peruanos” fue en junio de 1931. Antonino Espinosa Saldaña fue el único integrante del grupo que desarrolló una carrera artística sostenida, aunque no haya participado de la muestra. Tal vez por ello, su obra generó un breve intercambio de opiniones sobre la elusiva ubicación de este tipo de propuestas en las coordenadas artísticas locales. En diciembre de 1933, Espinosa exhibió en Lima un conjunto de cerámicas y témperas, donde se incluía la interpretación pictórica (lindante con la abstracción) del Bolero de Maurice Ravel. Con títulos como El tiempo o La inteligencia, las obras apelaban a una densidad alegórica encajada en un género y estilo considerados “decorativos”. Esta contradicción fue señalada por el crítico Carlos Raygada, quien cuestionó la pertinencia del tímido experimentalismo presente en algunos estudios de “movimiento”. Por otra parte, el todavía no identificado F. H. Dursself elogió el dinamismo presente en tales obras, afirmando su carácter germinal para una nueva vanguardia.
En noviembre de 1946, Espinosa Saldaña —funcionario de la Casa Grace en el Perú—viajó a Ginebra como uno de los delegados patronales de su país para la II Reunión de la Comisión de Textiles de la Organización Internacional del Trabajo. Su primer viaje a Europa le daba la oportunidad de confrontar directamente la modernidad artística metropolitana con su interés personal por una pintura de signo “progresista”. En aquel momento, su obra más experimental incorporaba elementos del Art-Déco con una audacia inusitada para el contexto artístico en el Perú. A su retorno del Viejo Mundo, en 1947, Espinosa realizó una serie de cuadros compuestos por prismas, formas orgánicas y primeros planos de elementos vegetales. Aisladas sobre fondos con sugerencia de profundidad, tales imágenes carecen de cualquier intención anecdótica e incorporan (de forma indirecta) elementos del surrealismo y de la abstracción. Más aún, en el texto de presentación a la muestra jamás realizada de estas obras, Espinosa ensayó una definición de la “pintura pura”, cuyo radicalismo prefigura la posición asumida por la vanguardia artística peruana de la década de los cincuenta.