La polémica carta de Barreda suscitó sendas respuestas, tanto de la crítica de arte como del arquitecto Luis Miró Quesada Garland (1914–94), quien años después encabezó la polémica en torno al arte abstracto. Pretendieron una defensa relativa de la figura de Sabogal; reconocían su papel protagónico en el medio, pero rechazaban su dogmatismo al frente de la ENBA.
El rechazo frente a la tendencia indigenista se hizo extensivo incluso a los ámbitos oficiales, como lo evidenció la ausencia de los principales pintores indigenistas en el envío realizado por el Perú a la Exposición Internacional de París de 1937. Sin embargo, la exitosa participación del país en este certamen estuvo signada por una retórica que apelaba a la ornamentación precolombina o a la representación etnográfica como medios para definir un “arte peruano”. Dos años después, esta identificación entre “lo indígena” y “lo nacional” fue motivo de violentas críticas al medio artístico peruano, remitida desde París por Enrique Domingo Barreda. Con gran influencia en las altas esferas del Perú, este pertinaz cultor de un impresionismo académico había desarrollado una destacada trayectoria como pintor en Europa. En 1918, había cumplido un papel central en la formación de la ENBA al promover la presencia del escultor español Manuel Piqueras Cotolí como profesor de esta institución; con ello, Barreda negaba la posibilidad de mestizaje artístico. Rechazaba así las prestigiosas teorías de los arquitectos argentinos Martín Noel y Ángel Guido sobre la arquitectura virreinal, menospreciando el componente indígena del estilo “neo-peruano” formulado por el propio Piqueras Cotolí.