El diálogo entre Gloria Inés Daza y el artista colombiano Leonel Góngora (1932–99) es revelador porque se percibe, en principio, la preocupación de la entrevistadora por la recepción de la “obra erótica” en un país, según ella, “moralista”; y la del artista por expresar su percepción crítica de la cultura colombiana. Este afirma que su obra, en suma, recrea aquellas imágenes vedadas en la niñez por la represión de una ortodoxa educación católica, ilustrando el recrudecimiento de la violencia en Colombia (años cuarenta y cincuenta) cuyos episodios, dice él, “traumatizaron” a su generación.
A lo largo de su carrera, la obra de Góngora se identificó con lo erótico y el figurativismo expresivo. Los desnudos (en particular mujeres) connotan sexualidad; es más, “desafían la vida y la muerte” luchando contra la represión moral siendo presas del placer. La carpeta Secuencia cinematográfica del beso y del abrazo (1977), presentada por este texto de Daza, contiene reproducciones de 16 dibujos a pluma (realizados en 1976) de escenas íntimas de pareja enredados por una línea dinámica y sensual que dio tanto reconocimiento a las figuras del artista.
Góngora ingresó en 1950 a la Escuela de Bellas Artes de Bogotá (hoy Escuela de Artes Plásticas de la Universidad Nacional de Colombia) y, dos años después, viajó a Estados Unidos a estudiar en la Escuela de Bellas Artes de Washington University (San Luis, Misuri). Góngora fue allí tras las enseñanzas dejadas por el pintor alemán Max Beckmann, artista expresionista que ejerció como profesor en esa casa de estudios (1947 a 1949). La experiencia universitaria y las obras del expresionismo alemán influenciaron su interés por la figuración, la distorsión de la forma, el realismo expresionista y los valores sociales del ser humano. Hacia 1959, Góngora recibió el grado universitario, emprendiendo luego un periplo por Europa donde tuvo la oportunidad de ver las pinturas de Francisco de Goya y la obra de Caravaggio; dos pintores que destaca él en la historia del arte según confiesa a la entrevistadora. En 1961, Góngora arribó a Ciudad de México, donde tiene oportunidad de vivir una experiencia fundamental en su vida profesional; se adhiere al grupo mexicano Interiorista o Nueva Presencia, cuya propuesta estética hizo surgir en ese país una neofiguración arraigada en ideas humanistas durante los sesenta.