Es escasa la información documental en torno a la obra de Carlos Blanco (n. 1961). Su trayectoria se inicia cerrando la década de ochenta cuando un número importante de ciudades colombianas eran abatidas por atentados “narcoterroristas”. Este artista dirige hacia allí parte de su reflexión; el interés de su propuesta radica en el empleo poco usual que le da al aire, al cual “entrampa” en piezas inflables —con formas tan diversas como maletas, nubes, alas, o, aún más, “carros bomba” como el presentado en la exposición Erase una vez (Galería Casas Riegner, Bogotá, 2007). Eso va propiciando reflexiones sobre la volubilidad, el desplazamiento, la migración y la muerte, pues sólo hace falta dejar escapar el aire para que la pieza (ahora portátil) pase a “ocupar” un espacio distinto. Por ello, sus piezas han “ocupado” y “desocupado” tantas galerías como espacios públicos: Biennale di Venezia (muestra individual alterna, Italia, 1993), Documenta IX (muestra individual alterna, Kassel, Alemania, 1992).
El presente artículo incluye —sin referenciar— fotografías de dos obras del artista; en ambas la técnica, así como la alusión al complejo panorama del conflicto colombiano, son recurrentes. La primera foto corresponde a Cultivo Intensivo (2002): estático conjunto de cuerpos amarillos inyectados de aire, de cuyos pechos emergen amapolas (presentada en la Galería Diners, 2003). A su vez, la segunda fotografía retrata Los inmigrantes (1996): inmensa botella inflable en cuyo interior reposa —como si fuesen los sobrevivientes de algún naufragio— una familia de desplazados. Por su escala y la evidente referencia que hacen a los dispositivos inflables comerciales sus propuestas son una invitación abierta al público: en el Proyecto SALE (galería ASAB, 2000) los espectadores eran invitados a retratarse vistiendo una chaqueta hinchada de aire. En el caso específico de la exposición Érase una vez (Galería Casas Riegner, Bogotá, 2007) embotelló la Carrera Séptima al echar a rodar, por la vía, una gigantesca pelota que lucía los colores del camuflaje militar. Finalmente, en La Maleta [túnel del tiempo] (2000), una gigantesca instalación alimentada con aire es ubicada en la Plaza de Bolívar de Bogotá; en esa instancia, el transeúnte era inducido a recorrer un interior colmado de imágenes evocativas de tiempos pasados.