El artista e intelectual Roberto Pizano Restrepo (1896−1929) fue, durante la década de los veinte, uno de los principales y más influyentes defensores de la pintura realista de raigambre española, encarnada en artistas como Ignacio Zuloaga (1870−1945), y detractor acérrimo del arte europeo de vanguardia, especialmente del cubismo y del futurismo, con afirmaciones de este tenor: “París es la puerta abierta a todas las locuras del arte”. En su denodado esfuerzo conservador, Pizano coadyuvó el desplazamiento del epicentro internacional de la plástica en el ámbito colombiano de París a Madrid. En este nuevo escenario, un artista cercano al realismo costumbrista como Coriolano Leudo Obando (1886−1957), formado en la Academia de San Fernando de Madrid, representaba, a juicio de Pizano, el nuevo modelo local y su obra La madre tierra sería uno de los eslabones clave para entender los matices presentes en los procesos de resistencia a la vanguardia moderna en Colombia.
Esta posición antagónica de Leudo con respecto a las vanguardias europeas del momento fue destacada positivamente por Pizano en un artículo publicado en la revista Cromos (10 de junio de 1922, no. 309); en él se afirma que La madre tierra es una obra concebida “con la imaginación y [pintada] ante el natural. Nada semejante hay en la decadente escuela francesa”.
Tales afirmaciones denotan, sin duda, la aparente ambigüedad de Pizano; por un lado, defendió lenguajes artísticos tradicionales asociados con la llamada “españolería” y el costumbrismo (los cuales representaban las búsquedas plásticas más retardatarias del momento) en desmedro de las experimentaciones más vanguardistas. De esta forma, la crítica elaborada por Pizano, puesta de manifiesto a través de sus artículos y reseñas en revistas locales, contribuyó a la postergación de la llegada al país de un lenguaje artístico plenamente moderno.
Por otro lado, la contribución de Pizano como gestor cultural (director de la Escuela de Bellas Artes de Bogotá y fundador del Museo de Reproducciones Artísticas) resulta —a la luz de la modernización de las instituciones educativas y culturales colombianas— un eslabón clave. Trajo a Colombia la primera colección museológica con carácter pedagógico (ahora conocida como Colección Pizano); incentivó la construcción de un edificio para la Escuela de Bellas Artes de Bogotá y su museo (el primero especializado en arte del país), y finalmente introdujo notables reformas pedagógicas en dicha institución.