Augusto Rivera (1922–82) se desempeñó como pintor y dibujante, y a lo largo de la década de sesenta se destacó por su incursión en la técnica del monotipo —una forma de realización de obra gráfica basada en la impresión de una imagen única desde una plancha de vidrio al papel. Originalmente estudió pintura en Santiago de Chile y a su regreso a Colombia, en 1955, expuso en diversos certámenes perfilándose como pintor abstracto; posteriormente, Rivera retomó la figuración. Vale la pena referir su pintura Paisaje y carroña, ganadora del Primer Premio del XVI Salón Nacional de Artistas Colombianos en 1964.
Con este ejemplo, y de acuerdo al análisis que, en el documento reseñado, el crítico de arte de origen austríaco Walter Engel (1908–2005) hace sobre la exposición de monotipos de Rivera en la Galería Colseguros de Bogotá. Se presenta como un artista que a través de la abstracción desarrolla una propuesta experimental que no deja de lado la referencia a la experiencia del entorno que lo rodea. Los monotipos, inspirados en literatura sobre Machu-Picchu, evocan la sensación de misterio que producen los espacios que fueron habitados por comunidades precolombinas. En muchas de sus obras, especialmente en pintura y grabado realizadas a lo largo de los años sesenta, el artista se refiere a paisajes y simbología mitológica característicos de algunas culturas andinas. Engel, radicado en Colombia desde la Anexión nazi de Austria (1938), propone que esta condición es la expresión de un arte americano; un concepto que en la década de los años sesenta comenzó a cobrar fuerza.