Este artículo es un diálogo apasionado entre dos artistas consolidados del arte colombiano, los cuales desarrollaron su obra desde la década de los sesenta y tienen en común el interés por el dibujo. Sin embargo, uno (Álvaro Barrios, n. 1945) se inclina por el arte conceptual y pop, y el otro (Luis Caballero, 1943?95) lo hace por la exploración de la pintura desde principios más ceñidos a las características formales del medio. Los temas que plantean en la conversación son rara vez expuestos de manera espontánea por artistas en la época (1981). Por ejemplo, hacen una evaluación del papel que tuvo la crítica argentina Marta Traba (1923–83) como agente que instauró la modernidad en el arte colombiano desde el discurso de la crítica: instando a una reflexión sobre las exploraciones extranjeras en la época, pero sin abandonar la búsqueda de la identidad propia. En dicha evaluación con distancia temporal, Barrios y Caballero confiesan que Traba apoyó a ciertos artistas categóricamente y, al contrario, coartó a aquellos que fueron el blanco de su pluma. No obstante, concluyen que, a pesar de que el crítico brinda parámetros de lectura, lo que finalmente sobrevive es la obra. La lección es única: el artista habrá de aprender a sobreponerse a cualquier traspié.
En la entrevista, ambos artistas cruzan argumentos sobre lo que debe ser el arte colombiano. Surge ese debate complejo donde se reitera la necesidad de medir el monto de influencia que ejercen los agentes externos para que no nublen la mente ni la creación de los artistas jóvenes. Es preciso, según Caballero, que el arte se realice desde las entrañas, sin cumplir con gramáticas externas; las cuales, al final, sólo terminan dando resultados parciales de obras inmediatas que carecen de fuerza. Esto es una crítica directa a la labor de Barrios como curador de la exposición de arte conceptual Un arte para los años ochenta. Barrios acepta la crítica, pero subrayando que se tienen que ver esas obras con nuevos marcos conceptuales y no con los mismos aplicados hace dos décadas. Al final, con base en ejemplos de aquellos que estiman como artistas buenos, ambos concluyen que se necesita un alto grado de autenticidad en una obra para que esta manifieste un proceso honesto y coherente, aunado a la personalidad del que la hace.