El texto breve de Germán Arciniegas (1900?99) recrea vida y obra de Fernando Botero (nac. 1932). En él se traza la genealogía de su estilística. El arte de Botero empieza con algunas ilustraciones en revistas y periódicos en los que colaboró a lo largo de su juventud y con un escrito (tachado de pecaminoso por los curas de su colegio); se llamaba “¡Picasso!”. El historiador, esta vez crítico, elogia lo “definitivamente definido” de los cuadros de Botero, así como la reivindicación de lo tradicional en su rétor pictórico: el retrato, la figura, la copia (o versión de un motivo de una obra tradicional), lo local, la provincia, lo popular y lo institucional. Enfatiza que su victoria se debe al desarrollo fructífero de un método y de una técnica.
Sorprende que, según la investigación del historiador y pensador político, el éxito rotundo de Botero es determinado por la aceptación final de la crítica, luego de un largo camino de rechazos. Su consumación como artista corresponde con un logro comercial cuando el Museum of Modern Art, de Nueva York, compra su versión de la Monalisa. Es entonces cuando Botero se convierte en un héroe nacional; su arte empieza a ser productivo, en términos económicos. En algunos casos, en América Latina, difusión y reconocimiento artísticos se determinan por el quórum de las editoriales, las galerías, los museos y las revistas más prestigiosas del mundo; las cuales aún controlan y definen los productos que circulan en el mercado del arte, con lo que prolongan sus monopolios de la cultura. Arciniegas celebra el estilo único de la “naturaleza imaginativa” de Botero, el “truco prodigioso” en el que cifra todas sus obras y que ha definido su personalidad artística. El truco, a su juicio, es “un simple cambio de medidas” que dan “desproporción” a las figuras de sus cuadros. ¿Hasta qué punto ese hallazgo y el entrenamiento de una técnica no se convirtió en una fórmula infinitesimalmente aburrida del potencial retratístico?
Germán Arciniegas, autor casi anónimo, es sin embargo uno de los ensayistas más luminosos del siglo XX colombiano; su pluma se caracteriza por ser literaria, agitadora, lúcida e iconoclasta. Su obsesión (como sociólogo e historiador) es América, en cuya comprensión gastaría las más de las páginas de su obra. Tuvo una prominente y prolífica labor en el campo de la educación y de la cultura en Colombia, con cargos gubernamentales, como periodista, como profesor universitario y como fundador y editor de varias importantes revistas.