La importancia del escrito de Germán Arciniegas (1900−99) radica en poner de manifiesto la novedad del escultor José Domingo Rodríguez (1895–1968) y su posición notable cuando la escultura contaba con escasos representantes en el campo de las artes en Colombia. Es curioso notar cómo Arciniegas no hace, por ninguna parte, referencias nacionalistas o indigenistas en la obra de Rodríguez, tal como la historiografía lo ha hecho durante mucho tiempo.
Rodríguez asistió a la Escuela de Bellas Artes de Bogotá y, posteriormente, viajó a España a estudiar en la Academia San Fernando de Madrid, siendo discípulo del escultor Victorio Macho (2) (1887—1966). Sus primeras exposiciones datan de la década de los veinte. La historiografía del arte colombiano lo relaciona con el “movimiento nacionalista” de las primeras décadas del siglo XX, cuyos integrantes se interesaron tanto en la herencia indígena como en el costumbrismo. Hoy día, su trabajo escultórico es considerado como un capítulo imprescindible de la producción artística de estas décadas en Bogotá. Su obra posee resonancias diversas al arte precolombino, a la academia, al muralismo mexicano, etc. A pesar de haber ganado algunos premios como la Medalla de Oro en la Exposición Iberoamericana de Sevilla con Eva, en 1928, su obra y legado fueron desestimados por la historiografía tradicional. Sólo hace poco tiempo que se han realizado algunas lecturas serias de su trabajo; entre ellas, cabe mencionar el libro La llamada de la tierra: El nacionalismo en la escultura colombiana de Christian Padilla Peñuela (Bogotá: Fundación Gilberto Alzate Avendaño, 2008), ganador del premio ensayo histórico, teórico o crítico sobre el campo del arte colombiano 2007.