Ricardo Gómez Campuzano (1891?1981) fue uno de los pintores más prolíficos de las primeras décadas del siglo XX en Colombia. Su obra colmó las salas de exhibición de la época y su acogida, por parte de los críticos, fue más que complaciente. No hubo exposición de arte en Bogotá donde se excluyera un paisaje o un retrato del artista. De ahí que su figura fuera catalogada como sucesora de los reconocidos maestros Epifanio Garay (1849–1903) y Ricardo Acevedo Bernal (1867?1930).
Gómez Campuzano no sólo era un incomparable paisajista sino que se convirtió rápidamente en un excelente retratista de las clases acomodadas de Bogotá. De igual manera, su obra, después de sus viajes a España, pasó a ser el eje preferencial de una crítica que giraba en torno a la búsqueda de elementos nacionalistas en los artistas locales. Gómez Campuzano cumplió a la perfección con esos arquetipos nacionales (inventados por él) que los críticos veían en su obra. España se transformó, así, en la guía para la nación colombiana. Reiterando el vínculo que hubo durante el virreinato, de España provenía todo aquello que debía hacer parte de nuestro presente: la lengua, la religión y, desde luego, el arte fueron los mejores ejemplos de esa dependencia cultural. El caso de Ricardo Gómez Campuzano casi es sintomático de ese colonialismo y su importancia radica en el hecho de estar en relación con aquello que debía guiar a la joven nación colombiana. Al parecer y desde la santurrona perspectiva local, Francia era demasiado liberal con sus intentos de vanguardia que proyectaba al mundo; por eso volvió a ser España la fuente de inspiración no sólo para los pintores, sino también para los gobernantes mismos. Nuestra tradición plástica aún era muy incipiente y no permitió que ninguno de los más destacados artistas volcara sus ojos hacia otra dirección que no fuera la Academia.