La artista e historiadora del arte Beatriz González (n. 1938), en su texto “Roberto Páramo y la pintura de paisaje en Colombia” (publicado en el libro Roberto Páramo: Pintor de la Sabana) elabora, a partir del filósofo alemán Joachim Ritter (1903−74), una de las construcciones historiográficas más interesantes de la década de los ochenta en Colombia: la configuración del artista Roberto Páramo (1859–1939) como precursor de la modernidad plástica en el país.
El trabajo de González da un sentido más amplio a las investigaciones emprendidas por Marta Traba (entre 1968 y 1974), fecha en que esta última publicó su libro Historia abierta del arte colombiano (Cali: Museo La Tertulia, 1974), situando al artista Andrés de Santa María (1860–1945) como el primer bastión de la modernidad artística en Colombia.
Entre el ejercicio de revaloración de Traba y de González es necesario mencionar, en las décadas de los setenta y ochenta, el trabajo de otros investigadores. Hay el caso del historiador del arte Álvaro Medina —véase su libro Procesos del arte en Colombia (Bogotá: Colcultura, 1978)—, quien ya había sugerido la presencia de otros artistas del primer cuarto del siglo XX, como es el caso de Fídolo Alfonso González Camargo (1883−1941), entroncados en la vertiente moderna implementada en el país por el artista Andrés de Santa María.
Por su parte, Beatriz González cierra la trilogía de precursores de la modernidad (Santa María, González Camargo y Páramo) al publicar, en 1987, el libro Roberto Páramo: Pintor de la Sabana, del que hace parte el texto titulado “Roberto Páramo y la pintura de paisaje en Colombia”. En él, González elabora el discurso que ha permitido la reubicación de este artista en el mapa modernista.
La operación de reivindicación de estos artistas como “precursores” sería complementada por el crítico de arte Eduardo Serrano (n. 1939), autor del libro Roberto Páramo: paisaje, bodegón, ciudad (Bogotá: Museo de Arte Moderno, 1989) y, en 1990, La Escuela de la Sabana (Bogotá: Museo de Arte Moderno, 1990), mote con el que agruparía a los paisajistas finiseculares y decimonónicos colombianos.
Desde luego, la operación efectuada por Beatriz González en 1987 y continuada por Eduardo Serrano dos años después tuvo varios efectos: (i) la compra en junio de 1989, por parte de la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, de las primeras obras de Roberto Páramo para su “Colección Permanente” (actual Colección de Arte del Banco de la República); (ii) el posicionamiento de la obra de Páramo en el mercado del arte local; (iii) la persistencia en el discurso curatorial de las exposiciones permanentes de los museos colombianos de la trilogía “Santa María – González Camargo – Páramo” como la antesala de la modernidad artística en Colombia (véase los casos tanto del Museo Nacional de Colombia como de la Colección de Arte del Banco de la República); y (iv) la revaloración historiográfica de un período muy poco estudiado por la historia del arte local; esto es, al comprendido entre 1886 (fecha de fundación de la Escuela de Bellas Artes de Bogotá) y 1922 (fecha de la primera exposición de arte francés en el país).