El artículo de 1932 titulado "Armando Reverón”, escrito por el periodista, escritor y abogado venezolano Julián Padrón, es una breve biografía del artista venezolano Armando Reverón, y una descripción de su método de trabajo. Reverón fue un pintor modernista que practicó un estilo impresionista. Sus obras se identifican por el abundante uso del blanco y el blanco crudo para reflejar la luminosidad de Macuto, ciudad de la costa central de Venezuela donde vivió y pintó el artista. El relato de Padrón presenta a Reverón como una figura indigenista o primitivista que renuncia a la vida urbana en búsqueda de un estilo de vida “primitivo” en Macuto. En el poético pasaje inicial, Padrón describe la niñez de Reverón, vivida al aire libre en el paisaje venezolano donde sintió la llamada de la pintura. Reverón realizó un viaje a Barcelona en 1912 y, tras su regreso, se asoció con muchos de los pintores venezolanos que empezaron a abandonar la Academia de Bellas Artes para formar el “Circulo de Bellas Artes”, centro dedicado a la pintura de estilo impresionista popular en Europa. Padrón explica que Reverón hizo un segundo viaje a Europa para estudiar perspectiva, y que al volver realizó en Caracas en 1921 una exposición conjunta. La mayor parte del artículo de Padrón se ocupa de la vida de Reverón en Macuto, adonde se mudó en 1925 rompiendo con los lazos de su vida urbana. Padrón describe la disposición de la hacienda residencial de Reverón, y el proceso de producción artesana de muchos de los objetos y mobiliario realizado en su estudio con materiales locales. Según cuenta Padrón, la hacienda de Reverón también servía de hogar a su mono y a Juanita, su “compañera” indígena. Padrón detalla los procesos artísticos empleados por Reverón, desde la preparación de los lienzos al posado de las modelos (dos mujeres indígenas locales llamadas Juanita y Flor de la Montaña) y el proceso de pintar. Padrón muestra a Reverón “bregando con el lienzo hasta aniquilar todos los colores brillantes”, y explica que el impresionismo de Reverón se caracteriza por el uso del blanco y de colores pálidos para reflejar la cegadora luz de los trópicos. Finalmente, Padrón sugiere que Reverón ejemplifica el espíritu americano por su método de pintura “ritualista” y su “ferviente amor de lo primitivo”.