Tras la iniciativa que yergue el Centre Georges Pompidou (respaldada con su éxito de público), la investigadora Otília Arantes plantea la reafirmación que hace Francia de su punto focal como “Capital Internacional de la Cultura”. Durante su gestión doble, el presidente francés François Mitterrand realizó una buena cantidad de obras en torno a ese propósito: el Musée d’Orsay, el Parc de La Villette, el arco de La Défense, la Opéra Bastille, el Quai de Bercy, el Institut du Monde Arabe y, finalmente, la pirámide de cristal del Louvre… Todas ellas sirviendo de trasfondo a la operación iniciada por el edificio del Beaubourg proyectado por el arquitecto Renzo Piano. Parece haber una complementariedad entre el racionalismo arquitectónico de la era moderna y un innegable deseo de racionalizar, también, la vida social. A juicio de la autora, más que de “representar” esa vastísima idea, lo que se trata en París es más una “escenificación” que su “realización”. Los proyectos que emprende el gobierno socialista de Mitterrand estarían promoviendo una operación de “simbolización del espacio” parisino con objeto (antes que nada) de representar la cultura como negocio, actualizando, de manera simultánea, la imagen francesa en el escenario del capitalismo contemporáneo. Habría, por lo tanto, una simulación o “simulacro” de transparencia entre formas de vida y relaciones sociales que, en realidad, nunca se logran concretar.