En este ensayo, Carlos Fadon Vicente pondera los conceptos de “interactividad” y de “telepresencia” en la obra de arte, procurando raíces etimológicas de dicha terminología en la historia e inclusive en el contexto religioso de los ritos. A su juicio, la “telepresencia” implica una proyección simbólica, una presencia no concreta que se presenta y representa en un determinado lugar. Llegando a su límite sagrado, la telepresencia es una omnipresencia. En el mundo laico, a su vez, la telepresencia se encuentra en el meollo de varios inventos desde el siglo XIX, cuando se generaban simulacros de presencia de personas o ambientes distantes: la fotografía, las exposiciones universales, el telégrafo, el teléfono, el radio y la televisión. A su modo, esta última habría establecido un telón de fondo planetario de comunicaciones, pasando a substituir, así, el radio y la prensa. Por otra parte, la “interactividad” —aunque implícita en todo proceso de creación, producción, percepción e interpretación de la obra de arte— sólo es capaz de suceder de un modo efectivo por medio de la telemática. Era algo casi como un diálogo interno de la obra con el lector/observador; aunque, a partir de la telemática, adquiere rasgos externos que sólo son factibles de operarse vía interfaces específicas, solicitando acciones concretas y/o virtuales (o simplemente reactivas) dentro del triángulo indeformable persona-obra-máquina y el ambiente natural constituido. Para ejemplificar obras de naturaleza interactiva, Fadon Vicente menciona su propia obra y las de Eduardo Kac.