Bajo su formación filosófica, Otília Arantes examina diferentes posturas asumidas frente al cuadro político brasileño —después del Golpe Militar que implanta una dictadura férrea (1964-86)—, específicamente por las generaciones posteriores de artistas hasta mediados de los ochenta. A su juicio, hubo una gran producción en este período que pretendió “estar haciendo política”, incluso proyectándose como resistencia al autoritarismo implantado y donde el “programa estético y el programa de acción parecen coincidir”. En diciembre de 1968, el AI-5 (Acto Institucional no. 5 que prácticamente prohíbe todo), lleva a los artistas a buscar salidas indirectas, marginales a instituciones y medios censurados, Lo experimental, lo irracional, la anarquía y el individualismo van fragmentando la producción artística brasileña hasta 1974, cuando se da un relajamiento del régimen y una incipiente apertura política. El arte resultante es “bien comportado”, volcado hacia soportes tradicionales y va ocupando el espacio abierto por la activación mercadológica con el surgimiento de galerías. Solo un grupo de Rio de Janeiro, vinculado a la revista Malasartes retoma ideales de vanguardia con su idealismo utópico y ambas tendencias se extienden hasta mediados de los ochenta. Época en que la gestualidad pictórica predomina de manera casi hegemónica, siguiendo el paso del arte internacional. Sin duda, en 1985, la Bienal de São Paulo pasa a ser el marco histórico de una posmodernidad al modo brasileño: pintura joven, “sin planificación alguna”, volcada al “desfiguro de estilos”. Para la autora, aún en la retaguardia, el arte bien puede cumplir papeles de resistencia, incluso en países donde “el poder de iniciativa” es casi nulo, como en Brasil.