Al referirse a las pinturas de Anita Malfatti (O homem amarelo), Zina Aita y Vicente do Rego Monteiro, Graça Aranha lanza la suposición de que el público asistente a la Semana de Arte Moderna de 1922 sería llevado a considerar la muestra de artes plásticas como un “montonal de ‘horrores’”. Para estos “atrasados”, como los llama el autor, el arte todavía es “lo bello”. Y en abierta oposición a prejuicios como ese, el escritor de Canaã sale en defensa de aquellas exposiciones de un modernismo incipiente, señalando que el arte es un incentivo para la integración del hombre al cosmos vía emociones estéticas; o sea, por medio del “idear e imaginar” donde no importan las reglas del buen gusto, sino “una suprema alegría del espíritu”. En su opinión, lo característico del arte moderno es “lo libre y fecundo” de la subjetividad; la cual, de tan libre, se convierte en el “más desinteresado objetivismo, donde desaparece todo tipo de determinismo sicológico”. Según detecta en la obra musical de Heitor Villa-Lobos, en la escultura de Victor Brecheret, y en los cuadros de Anita Malfatti, Emiliano di Cavalcanti y Vicente do Rego Monteiro, estaría gestándose la remodelación estética del Brasil. Por ese motivo, la Semana de ‘22 implica significativamente el nacimiento del arte brasileño. Esta energía, fiel a sí misma y muy a pesar del academismo, estaría renunciando a lo particular para venir a establecer “nuestra fusión con el Universo” y con “los sentimientos vagos de las formas, de los colores, de los sonidos, de los tactos y sabores”.