En este artículo se da cuenta del apoyo que tuvo el arte moderno en esta década, con lo que se configura su surgimiento definitivo en el país. En efecto, Walter Engel (1908-2005), crítico profesional, ensalza la iniciativa privada de doña Cecilia Ospina de Gómez, quien abre las galerías “El Caballito” en 1956. En su opinión, este esfuerzo se ve cristalizado en la primera exposición, donde tanto los artistas invitados como el talante de sus obras manifiestan, sin vacilaciones, el tipo de arte que la nueva galería patrocinará. La presencia de artistas como Enrique Grau (1920-2004), Fernando Botero (n. 1932), Alejandro Obregón (1920-92) o Guillermo Wiedemann (1905-69) confirman esta tendencia, pues todos ellos se encontraban explorando los lenguajes plásticos de la modernidad.
Igualmente, cabe resaltar que este texto apareció en el primer número de la revista Plástica, dirigida por la artista Judith Márquez (1925–94), publicación donde se discutieron problemas estéticos relacionados con el arribo del arte de vanguardia a Colombia. Esto muestra que, en la época, se dio una articulación entre críticos, artistas y editores, todos ellos actores centrales en la configuración del campo artístico nacional.
A mediados de los años cincuenta, la otrora apática Bogotá se despertaba a los embates del arte moderno. La crítica existente de arte había apoyado este proceso, sobre todo yendo de la mano de algunos extranjeros como el polaco Casimiro Eiger (1911–87) y el vienés Walter Engel, ambos radicados en Colombia. Igualmente, se habían abierto algunas galerías que daban espacio a los noveles artistas para que mostraran sus obras. El propio Eiger dirigía la galería “El Callejón”, y en un radio de menos de diez cuadras había otros espacios como las Galerías de Arte o la Biblioteca Nacional.