Con este ensayo de carácter teórico, el pintor y crítico Perán Erminy (1929–2018) se suma a otros intelectuales también venezolanos (Alfredo Boulton, Francisco Da Antonio y Juan Calzadilla) en la dilucidación del concepto y la valoración del arte popular. Erminy juzga inapropiados los términos “ingenuo”, “primitivo”, y hasta la calificación de “natural” [aplicada por Manuel Quintana Castillo, en “Feliciano, los ingenuos y el ingenuismo” (1967)] para referirse al arte popular. El texto resulta valioso por manejar conceptos provenientes de las ciencias sociales (tanto de la antropología como de la lingüística). Además de reconocer en el artista popular una cultura y un dominio particular de los modelos del arte culto (a través de estampas o fotografías), el crítico le atribuye un grado de marginalidad urbana que explicaría ese dejo nostálgico de la vida y cultura campesina. Erminy se cuida de mitificar el conjunto de esta producción, pues en ella también rige el aplicar criterios de exigencia plástica para diferenciar los casos: la meramente comercial, la imitativa de modelos ya prestigiados o la carente en absoluto de mérito artístico. Su propia objeción inicial a la selección hecha por el fotógrafo Godofredo Romero (responsable de la ilustración del libro) revela cuánto había avanzado la mercantilización del arte popular. Resulta curiosa tal contradicción entre ambos coautores del libro. En efecto, de los veintisiete artistas representados, apenas siete de ellos han trascendido: Apolinar, Alí Bioscán, Cruz Amado Fagúndez, Esteban Mendoza, Víctor Millán, Elsa Morales y Manasés Rodríguez; en tanto que de otro interesante artista, José Arecio Pérez, jamás se volvió a saber. En 1992, la Galería de Arte Nacional y la Fundación Bigott organizaron una exposición, Imágenes del genio popular, en cuyo catálogo se incluyó otro texto de Erminy (que reitera asuntos ya escritos en 1976), aunque ahora en función de una selección más atinada de doce artistas.