La importancia de este artículo radica en el perfil que realiza el crítico sobre la entonces joven artista colombiana Hena Rodríguez (Bogotá, 1915-97), mencionando su trabajo, sus esculturas y su proyección en el campo artístico. Sobresale su referencia a la noción de nuevo arte y de búsqueda de valores, sobre todo, hacia los pueblos indígenas y a las temáticas populares. A pesar de que pueda ser algo secundario, es importante señalar que el comentarista se aleja del tipo de argumentos, propios de la época, en donde los rasgos psicológicos de lo femenino definían la obra de la artista.
Hena Rodríguez hizo parte del grupo Bachué, junto con otros artistas colombianos como Josefina Albarracín (Bogotá, 1910 – ¿), Ramón Barba (Madrid, España, 1894 – Bogotá, 1964) y Luis B. Ramos (Guasca-Cundinamarca, 1899 - Bogotá, 1955). Bachué fue el nombre de un grupo de artistas, que durante la década de los treinta en Bogotá quisieron conformar un movimiento artístico, cuyo objetivo era crear un arte nuevo, distinto al del lenguaje académico de la época. Su nombre, además, de hacer referencia a la diosa tierra en la mitología de los Muiscas, pueblo indígena que habitaba la zona de la actual Bogotá, fue el nombre de una escultura realizada por Rómulo Rozo para el pabellón colombiano en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929.
Rodríguez fue una de las pocas artistas relevantes, hasta donde la investigación lo ha revelado, de la década de los treinta y cuarenta en Colombia. Desde finales del siglo XIX, con excepción de la artista Margarita Holguín y Caro (Bogotá, 1875 – 1959), el escenario artístico está conformado por hombres, hasta la llegada de Carolina Cárdenas (Bogotá, 1903–1936), Josefina Albarracín y Hena Rodríguez.