El valor de la participación de artistas colombianos en el Salón de 1927 no radica en que ésta fuera una exposición realizada fuera del país sino por el contraste de generaciones, tendencias y técnicas del arte nacional a finales de la década del veinte. Desde la pintura academicista de Roberto Pizano (Bogotá, 1896-1929) pasando por las aproximaciones al impresionismo de Andrés de Santamaría (Bogotá, 1860-Bruselas-Bélgica, 1945) y la escultura neoclasicista de Marco Tobón Mejía (Santa Rosa de Osos-Antioquia, 1876 - París, 1933), el autor, Max Grillo (Marmato, Caldas, 1868 – Bogotá, 1949) concluye con una referencia al joven Rómulo Rozo (Chiquinquirá-Boyacá, 1899–Yucatán-México, 1964) como una figura con porvenir en el arte colombiano.
Para 1927, la escultura de Rozo Bachué (1925)había sido el germen de un movimiento artístico y literario que se preguntó por un arte nacional desde el origen: el índigena, sus rasgos, creencias y pasado fueron temas cruciales para el desarrollo del movimiento Bachué. En este sentido, las alusiones de Grillo hacia Rómulo Rozo son premonitorias. El manifiesto Bachué se firmó en 1930 repercutiendo en la escultura y la pintura de toda la década del treinta; en el Salón de 1927 se hizo evidente que la crítica de arte estaba dejando permear un arte menos academicista, que reclamaba el origen mestizo de la nación y lo convertía en un motivo para el arte.
Este documento es testimonio de un tránsito entre generaciones, de la recepción de las nuevas tendencias americanistas en el arte colombiano como tendencia válida, no sólo en un espacio expositivo sino también desde la crítica en el cual Grillo fue una figura fundamental en este campo desde los albores del siglo XX. Sus escritos no escatimaban elogios hacia los artistas academicistas, en esta ocasión reconoce esta nueva promoción de artistas.