A finales de siglo XIX y comienzos del XX en la ciudad de Bogotá, la crítica de arte estaba en manos de un grupo de figuras no profesionales. Eran, en su mayoría, abogados, lingüistas, políticos o escritores aficionados que comentaban, discutían y argumentaban las exposiciones que se celebraban en la capital colombiana. En el periódico La Unidad de Laureano Gómez —quien además de ser un conocido político (y presidente de Colombia en los años cincuenta) fue un conocedor y entusiasta de las artes— se publicaron cuatros artículos sobre el Salón de 1910. La particularidad de tales textos radica en que sus autores son, hoy día, ilustres desconocidos; ya sea porque no firmaron sus obras o usaron seudónimos, o bien porque sus nombres no hacen parte de las críticas regulares de la época, escritas, entre otros, por Max Grillo (1868–1949) y Gustavo Santos (1892?1967). De esta forma, más allá de quién escribió sobre la Exposición del Centenario, lo más relevante fue tanto el contenido como la defensa hecha sobre determinados postulados estéticos. Por ejemplo, en el documento reseñado, se pone en evidencia la atención que merece la imitación de la naturaleza como objetivo sustancial del arte. De ahí que la crítica hecha a los artistas Ricardo Acevedo Bernal (1867?1930), Andrés de Santamaría (1860–1945) y Eugenio Zerda (1878?1945) se sustente por el carácter mimético de sus obras; lo cual se traduce en una explícita protección al verismo y una defensa por la correspondencia temática de la obra.
En el Salón de 1910, Andrés de Santamaría —el artista colombiano formado en París— tuvo a su cargo la Exposición, lo cual no impidió que enviara obras al evento. Este documento, una de las pocas críticas que indican la presencia del pintor, reafirma una problemática que (desde 1904) estaba presente tanto entre los seguidores del impresionismo como de Santamaría y en sus contradictores, para quienes la estética académica era la única vía por donde debía transitar un artista colombiano de la época. En general, el crítico juzga de forma desfavorable sus obras; aunque afirma que el artista dibuja con maestría y posee conocimiento evidente de anatomía artística; subrayando que sus obras se reducen a simples ideas, sin contemplar la profundidad que merece una pintura. Sin duda, esta crítica a Santamaría corroboró la tendencia tradicional del lenguaje plástico que se impuso durante las primeras décadas del siglo XX en Bogotá. Vale la pena mencionar que, un año después de la celebración del Centenario de la Independencia de Colombia, en 1911, el artista fijó su residencia definitivamente en Europa sin contemplar la posibilidad de exponer nuevamente sus obras en su país de origen.