El presente documento es una crítica de arte que examina la obra escultórica expuesta en el Salón de Arte de 1910 en Colombia. En primer lugar, se mencionan a los arquitectos del Pabellón donde se realiza la Exposición e, incluso, se hace referencia a los medallones hechos por el artista Domingo Moreno Otero. En segundo lugar, el autor se detiene en algunos escultores colombianos y sus obras. Inicia con Dionisio Cortés, de quien destaca el busto de Diego Fallón por su parecido físico con el poeta. El segundo de la lista de escultores es Juan José Rosas, autor de los medallones del Teatro Colón. De él se menciona una obra sobre el escritor José Asunción Silva y otros bustos que, para el crítico, constituyen un esfuerzo no tan afortunado del artista. De hecho, el autor anónimo de la reseña (J. G.) le recomienda un viaje de aprendizaje en Europa, pues “es con el estudio de los grandes maestros como se perfecciona el gusto”. Por otro lado, se refiere a la presencia pobre de la escultura en la muestra, comentando que los escultores piensan más en la remuneración económica que en glorias por sus trabajos artísticos. Lamenta, además, que se tenga que pedir de Europa las esculturas importantes por falta de artistas de trayectoria. Más aún, se recomienda al gobierno nacional mejorar esta sección de la escuela, nombrando maestros con experiencia. A continuación, el autor menciona una serie de escultores, algunos de ellos desconocidos por la historiografía contemporánea. Cabe destacar la alusión que hace de Elisa Peñarredonda, quien expone varias esculturas. El crítico destaca el busto de Córdoba y el Piloto; afirmando, además, que no es la primera vez que la artista muestra sus grandes dotes como escultora. Otros artistas mencionados son el Sr. Osorio, Carlos de Valenzuela —a quien se adjudica la única obra fundida— el Sr. (1) Achiardi y C. Carvajal, este con la escultura Bolívar en sus últimos días, y un tal S. Hernández con (1) Estudio anatomo-patológico del Libertador. Por último, el autor reconoce el esfuerzo del gobierno colombiano y de la Escuela de Bellas Artes, pero no deja de subrayar la falta de modelos clásicos, de estudios de estética y de maestros calificados en Bogotá.

El artículo sobre la escultura en el Salón de 1910 muestra, como pocos documentos de la época, la existencia de un grupo de escultores colombianos, los cuales, en su mayoría, participaron en la celebración del Centenario de la Independencia de Colombia. De esos escultores, solamente Juan José Rosas y Dionisio Cortés (1863?1934) recibieron encargos menores por parte del Estado. En este sentido se torna evidente que, en esa época, no existía ningún representante de renombre en el campo escultórico de Colombia. Por esta misma razón, la obra ecuestre del Libertador, Simón Bolívar, símbolo de la muestra, fue encargada desde París. La falta de figuras importantes en este campo se suma al deterioro en el cual, en las primeras décadas del siglo XX, se encontraba la Escuela de Bellas Artes de Bogotá. Esto se debía, entre otras cosas, a la falta de espacio propio, de profesores en algunas áreas básicas e incluso de materiales para las clases.   

Las esculturas y bustos para la celebración del Centenario de la Independencia de Colombia constituyeron la manera más común de honrar la memoria de los próceres. Esto, desde luego, multiplicó la labor de los artistas, quienes fueron finalmente los principales agentes constructores en la representación de personajes, acontecimientos y lugares a recordarse y honrarse. El arte se volcó a las calles y parques de la ciudad. En cada uno de los sitios representativos de la capital colombiana se hallaba una estatua evocadora de algún protagonista de la nueva historia iniciada en 1810, año del inicio de la gesta independiente. Al interior del Salón se presentaba aquello que formalmente se acercaba a la cultura europea, aunque su temática seguía siendo colombiana. En cada rincón había numerosos bustos de todo tipo de facturas y temáticas; unos evocaban a los dirigentes del país y otros al poder institucional de la Iglesia y del Estado. De esta forma, el arte, y más específicamente la escultura, contribuyó a la recreación, representación y consolidación de aquello que caracterizaba a la nueva nación.