La Unidad, periódico dirigido por el político conservador Laureano Gómez (1889?1965), fue el escenario propicio donde se defendió una estética directamente relacionada con las ideas academicistas, predominantes en Colombia desde finales de siglo XIX. De esta forma, durante el Salón de 1910 aparecieron, en la primera página de esta publicación, distintos artículos de crítica de arte que legitimaban una obra artística a partir de ciertas particularidades de su preferencia: la idealización de la temática representada, su solemnidad, su armonía en la gama cromática y su consideración hacia principios estéticos tales como la belleza, la bondad y la verdad. No es extraño que el crítico de arte Francisco Barrera haya escogido obras de los pintores colombianos Jesús María Zamora (1871?1948) y Ricardo Acevedo Bernal (1867?1930) entre las más destacadas de la muestra. Ambas, además de cumplir a cabalidad con los presupuestos antes mencionados, representaban fielmente, a juicio de los articulistas de La Unidad, el compromiso que la pintura tenía, en general, con la representación de la historia colombiana y, en particular, con los héroes independentistas.
En el Salón de 1910 expusieron artistas de considerada trayectoria como el ya mencionado Acevedo Bernal y Epifanio Garay (1849–1903). Hubo, también, numerosas obras de paisajistas como Ricardo Borrero Álvarez (1874?1931), Fídolo Alfonso González Camargo (1883?1941), Eugenio Peña (1860?1944), Ricardo Gómez Campuzano (1891?1981), Roberto Páramo (1859–1939), Eugenio Zerda (1878?1945), Domingo Moreno Otero (1882?1948), e incluso óleos de la destacada pintora Margarita Holguín y Caro (1875–1959). De ese modo, el Salón mostró una concentración privilegiada de pintores y escultores, quienes, sin duda, conformaban el primer grupo de artistas colombianos desde que se había fundado la Escuela de Bellas Artes (1886). Un capítulo aparte merece el artista de la ciudad de Bogotá Andrés de Santamaría (1860–1945), quien, además de ser el encargado de la Exposición, mostró su obra en el Salón. No obstante, la crítica fue severa e incluso olvidadiza con su obra; en ninguno de los artículos publicados en La Unidad hubo referencias a ella ni, muchos menos, elogios a su destreza pictórica. Tal como había pasado en el Salón de 1904, la figura de Santamaría representaba aquellos ideales modernos que tanto asustaban a los conocedores del arte, cuya actitud era criticarlos con mordacidad. Esta constituiría la última muestra del pintor en Colombia, puesto que, un año después, fijaría su residencia definitiva en Europa. De hecho, su alejamiento del país aplacaría por completo cualquier forma novedosa que pudieran haber experimentado algunos de sus discípulos más cercanos. Con su viaje, las discusiones primarias sobre la modernidad artística parecieron relegarse, hasta cumplir un primer ciclo en la historia de la plástica en Colombia.