El artículo publicado por la crítica de arte argentina radicada en Colombia, Marta Traba (1923?83) en Prisma —revista de crítica de arte fundada y dirigida por ella en 1957— deja ver la juiciosa y estricta labor de acompañamiento que ella había desarrollado con las generaciones jóvenes de artistas colombianos desde su arribo al país en 1954. Por otra parte, el texto permite reconocer claramente los valores plásticos que defendió Traba durante el período inicial de su obra crítica en detrimento de la generación artística de los años veinte y treinta en Colombia.
El Salón de Arte Moderno, organizado en 1957 por la marchande Cecilia Ospina de Gómez, fue la primera muestra realizada en la sala de exposiciones de la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República de Colombia, terminada de construir en ese mismo año. A pesar de la existencia de eventos anteriores consagrados a la exhibición de los nuevos valores de la plástica moderna colombiana (por ejemplo, el Salón de Arte Contemporáneo realizado en el Museo Nacional de Colombia en 1948), el Salón de 1957 fue un evento crucial para la historia del arte en Colombia. En él convergieron varios procesos (artísticos, críticos, e incluso institucionales) relacionados con la consolidación del arte moderno en el nivel nacional. Entre ellos, destacan la apertura de una de las instituciones más significativas para la historia cultural del país (la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República que posee una de las colecciones de arte colombiano de mayor magnitud en el país, y que además ha desarrollado de manera interrumpida la divulgación de la plástica nacional e internacional desde su creación en 1957); la reanimación de la producción cultural en el país luego de un período de represión ejercida por el gobierno militar del General Gustavo Rojas Pinilla (1900?75); la consolidación de una vertiente modernista en el arte nacional (íntimamente asociada tanto a la emergencia de la pintura y escultura abstractas como a una abstracción-figurativa característica de la pintura moderna colombiana); y, finalmente, una alternativa a la vertiente latinoamericanista de los años veinte y treinta (asociada a la recepción del muralismo mexicano y corrientes artísticas afines).