Son varios los aspectos de interés en el ensayo del pensador y crítico peruano, residente en México, Juan Acha (1916–95) sobre la obra Dorado de Pedro Terán (n. 1943). Acha escribe el texto sin haber visto la obra —unos meses antes de ser exhibida— a partir de una descripción que le envía el artista conceptual venzolano. Reconoce que corre el riesgo de que su texto resulte inoperante (al ser leído por un público frente a la obra ya realizada). Pero aun así, lo escribe; lo cual demuestra la gran apertura y comprensión de este crítico —(formado en el marxismo) que es generacionalmente anterior al auge del conceptualismo en Latinoamérica— hacia lenguajes no tradicionales que surgidos desde los sesenta y setenta. Específicamente, sobre el hecho de que una obra conceptual puede ser entendida en su validez durante el proceso de creación.
Otro aspecto a destacar es que gracias a las posibilidades de lectura que le ofrece una obra como Dorado de Terán (rica en elementos formales y significados), el análisis del crítico aporta al lector valiosa información sobre el arte como fenómeno comunicacional translinguístico o transemiótico; incluso sobre conceptos fundamentales de la teoría de la comunicación y de la información. Entre ellos: la obra como conjunto de proposiciones (ritual, leyenda, metáfora o signo alusión); utilización de elementos polisémicos y/o pansémicos; diferentes dimensiones, definiciones o identificaciones que puede tener el color dorado en esta obra.
Es de gran valor la clasificación de los objetos (todos unificados por el color dorado) que conforman la obra de Terán: primitivos o naturales (tierra, piedras, plumas, ramas secas, maracas shamánicas, cenizas); culturales o tecnológicos (una virgen en bulto, plomadas, bombilla eléctrica, polaroides, palabras, videos), los cuales señalan posibles significados de Dorado en las varias sintaxis entre objetos que pueden darse en el arte.
Acha hace también referencia a la importancia del contexto espacial, en este caso del museo y en varios momentos de su ensayo resalta la presencia del receptor como factor fundamental, creativo y productivo, de la comunicación; afirma que en plano semiótico se concretan los efectos de la obra sobre el público, ahí, donde adquiere énfasis la relación objeto-sujeto.