A los cuarenta años de edad, el pintor colombiano Fernando Botero (nac. 1932) se había establecido en la ciudad de Nueva York; más aún, gozaba ya de una condición económica holgada y un creciente reconocimiento artístico a nivel internacional. En esta sugestiva entrevista, el pintor detalla aspectos de su vida, trayectoria e intereses artísticos, con un detenimiento que no se encuentra en otros de los múltiples reportajes que se han publicado hasta hoy.
De mucho interés son las anécdotas de los conflictos habidos en su época de estudiante y las peripecias sufridas durante la temporada que vivió en el pueblo costero de Tolú, cuando quiso repetir la experiencia de alejamiento metropolitano emprendida por Paul Gauguin (1848?1903). Respecto a la monstruosidad —rasgo que parecía definir entonces su trabajo—, Botero considera que la historia del arte implica la historia de la monstruosidad; en otras palabras, todas aquellas deformaciones que se encuentran en él obedecen a preocupaciones pictóricas relacionadas con la búsqueda de valores táctiles, sensoriales. No cree que se pueda enseñar pintura, asegurando: “Todo lo que yo sé de pintura me lo he enseñado yo solo”. Respecto al triunfo del pintor, aseveró que “si uno produce una imagen que tiene gran significancia para un gran número de personas (…) ese es el triunfo de un pintor”.