Este texto de Ana María Escallón (n. 1954) es uno de los pocos artículos críticos sobre el artista colombiano Eduardo Ramírez Villamizar (n. 1922–2004) centrado específicamente en su oficio de pintor. De hecho, es comúnmente reconocido dentro de la esfera artística no sólo nacional por su trabajo escultórico enmarcado dentro de la abstracción geométrica o del constructivismo. Sin embargo, para Escallón, es de vital importancia regresar en el tiempo y analizar sus primeros años como pintor.
En el texto se pone en evidencia la manera como el artista se fue forjando tras el juicioso oficio de dibujar, pintar, borrar y cambiar; ahí es donde Ramírez encontró el camino a una propuesta sólida. Su obra dentro de la abstracción geométrica y la escultura fue sólo un paso más en su larga carrera como artista. Sin duda, la experimentación con varias tendencias, formatos, materiales, conceptos e ideas (pintura, dibujo, escultura, relieve, abstracción, figuración, expresionismo, acuarela, óleo, madera, metal, acrílico, color, etcétera), demuestra que la fortaleza e importancia de su trabajo no es un encuentro fortuito, deliberado, sino fruto de toda una vida de estudio y dedicación.
Resulta importante mencionar que, en la pintura de Ramírez Villamizar, los cambios de una tendencia a otra así como del uso de materiales y formas, no sólo respondieron a intereses estéticos y búsquedas plásticas. El contexto histórico, emocional y particular del artista llevó a que cambiara repetidamente su forma de pintar. Escallón menciona la obra pictórica suya durante los años cincuenta como respuesta inmediata al contexto de violencia extrema que vivía Colombia. Obras como El Matadero, Lucha de Jacob y el Ángel, Calvarios, o San Sebastián en donde el contacto físico, las calaveras, los demonios, la muerte —junto con pinceladas rápidas y violentas— convertían a estas propuestas en representantes del contexto histórico nacional. Según Escallón, “la pintura en Ramírez fue una etapa experimental y de decisiones con períodos completamente marcados, donde el tránsito de una época a otra, de un tema a otro, no respondía solamente a un profundo sentir artístico sino a una personal tendencia plástica que integra fundamentalmente dos aspectos: la razón emotiva y la estética”.