Con los once murales al fresco que ejecutó (entre 1935 y 1938) en las paredes del antiguo Palacio Municipal de Medellín, el artista y muralista Pedro Nel Gómez (1899–1984) hizo parte de una corriente que llevó al arte colombiano y antioqueño de manera abrupta a la modernidad, rompiendo con la tradición decimonónica y la incipiente academia artística local.
El pintor, imbuido de los frescos renancentistas, estaba convencido del valor de la pintura mural para hablarle al pueblo que, como en la Edad Media, encontraría en ellos la clave de su redención. De paso, Nel Gómez demostró que el tumulto, la protesta social, las danzas populares, el avión y las máquinas o los astutos representativos del capital, y los cuales se aprovechan de las riquezas naturales, eran también motivos pictóricos.
En la ejecución de las decoraciones murales del Palacio Municipal —actual Museo de Antioquia en Medellín—, Gómez desarrolló una técnica novedosa que modifica la empleada en la tradición florentina. Consistió en suprimir el blanco y obtener luces y transparencias quitando color al pigmento una vez depositado sobre la superficie, lo que llamó “esculpir esas coloraciones”. Fue por ello que el arquitecto suizo Le Corbusier (1887-1965) cuando los visitó, los describió como “frescos que parecen grandes acuarelas”.