Alejandro Obregón (1920−92) es uno de los artistas colombianos más reconocidos, así mismo uno de los integrantes del grupo que marcó un hito en el arte local de la década de los cincuenta al lado de personajes como Eduardo Ramírez Villamizar (1923?2004), Édgar Negret (1920?2012), Fernando Botero (n. 1932), Guillermo Wiedemann (1905?69) y Judith Márquez (1925–94), entre otros; los cuales, a partir de planteamientos diversos, exploraron el camino de la abstracción y de la no figuración. Sus obras representaron un cambio en la forma de representación imperante en Colombia, hasta ese momento.
En el caso particular de Obregón, fue el paisaje el referente a partir del cual desarrolló su lenguaje expresivo. De allí extrajo figuras y elementos cargados de significación (tales como el cóndor, el toro, la cordillera de los Andes…) que de manera reiterada revelaron el diálogo del artista con su entorno y, por supuesto, con su cultura de origen. En El mago del Caribe, Obregón es hurgado en aquellos momentos en los que sus obras revelan un hallazgo; allí donde cada una de las pinturas es enunciada, Carmen María Jaramillo revela el contexto donde fue producida; trátase de un ejercicio de interpretación que enriquece la lectura de las obras y, al mismo tiempo, la manera en que el artista asumió (desde su condición) tanto la realidad del conflicto sociopolítico como los cambios que experimentaba el campo del arte en Colombia. Asimismo, la selección de comentarios de los críticos (Marta Traba, Walter Engel, Luis Vidales, Jorge Gaitán Durán), así como de las publicaciones periódicas, permite hacer una mirada retrospectiva de la transformación que experimentaron las artes plásticas, en Colombia, a mediados del siglo XX.
Hacia la década de los cincuenta, la violencia se agudiza en Colombia por la lucha bipartidista entre conservadores y liberales. Las zonas rurales resultan ser las más afectadas y los campesinos huyen hacia la ciudad, lo que genera un movimiento migratorio representativo que incrementa la problemática social que sufre el país. Obregón es testigo de tales acontecimientos —desde su condición de artista— y es notable la manera en que Jaramillo rescata cómo, a partir de su obra, va a emerger una voz propia, un lenguaje original que no reproduce esa realidad, sino que la reinterpreta. Algunos hechos puntuales son representados en sus pinturas; ejemplo de ello es su reconocida obra Violencia (1962), donde elementos típicos de sus paisajes se hacen evidentes, a pesar de que el centro de la obra es el cadáver de una mujer en estado de gravidez.
En definitiva, Jaramillo presenta un panorama del arte de los años cincuenta atravesado por hechos históricos y culturales que representaron cambios definitivos para Colombia, lo cual configura una realidad: la del artista que no es indiferente a su contexto.