Este artículo pone de manifiesto una característica que define la propuesta de Lucy Tejada (1920?2011) a lo largo de los años cincuenta, ubicándola como artista reconocida y valorada por gran parte de la crítica: desde algunos trabajos de 1949 hasta la muestra en la Biblioteca Luis Ángel Arango, Tejada desarrolló una iconografía basada en tipos y paisajes regionales, concebidos desde una evidente preocupación por el nexo de los elementos plásticos. En este sentido, lo propuesto capturaba aquellas opiniones que defendían la representación como testimonio (caso de Aristides Meneghetti) así como también los enfoques críticos formalistas: en este caso, tanto el crítico polaco Casimiro Eiger (1909?87), como de la argentina radicada en Colombia, Marta Traba (1923–83).
En la exposición en cuestión, cuyo texto del catálogo fue escrito por la propia Traba, la artista presentó, entre otras, pinturas tales como Mélida, Alharaca, Bodegón tropical y Tacita blanca. En este conjunto, en primer lugar, Tejada pareciera desligarse paulatinamente del tema regional “guajiro” con bodegones o figuras humanas en colores pálidos y composiciones calculadas. En segundo lugar, demuestra una evidente (y admitida) influencia en ella del artista Alejandro Obregón (1920–92), en la forma como define ángulos precisos en las formas; cómo integra las formas representadas sobre planos geométricos; y cómo utiliza ritmos pendulares o parabólicos (procedimientos comunes en la pintura latinoamericana de la época).