Este texto del escultor colombiano Eduardo Ramírez Villamizar (1922–2004), aparece por primera vez en un catálogo que acompañaría a la serie de obras “Homenaje a los Artífices Precolombinos” a la III Bienal de La Habana, en 1989. El catálogo fue publicado por el Fondo de Promoción de Exportaciones (PROEXPO), la institución que patrocinó el envío de la obra a Cuba. En 1991, la serie de obras que se encontraba en La Habana viajó posteriormente a México y fue expuesta en el Museo Rufino Tamayo. El texto de Ramírez Villamizar fue republicado en el catálogo de esa muestra mexicana. En el año 2007, el texto fue nuevamente publicado en un ejemplar de la revista colombiana Mundo (No. 26, 20 de junio de 2007) dedicado al artista.
Ramírez Villamizar es reconocido como uno de los primeros y más importantes exponentes de la abstracción en Colombia. Este texto resulta de gran interés pues, en sus propias palabras, el escultor pone en evidencia la clara relación entre su proceso artístico e imágenes precolombinas. Afirma que “entre la estética precolombina y la estética moderna, la geometría surge como la gran mediadora”. En ese sentido, su trabajo dentro de la abstracción encuentra como referente central a la geometría presente en la cerámica, arquitectura, orfebrería y escultura prehispánica. Se evidencia, entonces, que el trabajo de Ramírez Villamizar (dentro de la abstracción) no es un proceso autorreferencial, sino que encuentra en lo estético y en el pensamiento precolombino referentes formales y conceptuales. Dentro de su producción artística, es posible hallar una gran cantidad de referencias directas a lo precolombino: dos óleos sobre tela llamados El Dorado y El Dorado No. 2 (ambos de 1957), los relieves blancos Serpiente Precolombina (1958) y Objeto Ritual (1959), el mural público de gran formato El Dorado (1958), así como la serie de más de 25 esculturas en hierro oxidado Recuerdos de Machu Picchu (realizada entre 1984–86), la otra serie Homenaje a los Artífices Precolombinos (de 1987–88) y una serie de siete esculturas denominadas Acueductos Precolombinos (1992).
Además, este texto de Ramírez Villamizar es de extrema importancia pues demuestra su interés por difundir la necesidad de asimilar la estética prehispánica como referente central (sine qua non) para el futuro artístico en la región. Afirma él que “quedan hermosísimas piezas que aún cautivan nuestro asombro. Y que deberían ser obligado material de estudio para nuestros jóvenes artistas, pues estas obras precolombinas, heredad y legado irrenunciables, son más válidas y elocuentes que las academias y las enciclopedias”. Ramírez Villamizar invita al lector a tener en cuenta la obra de varios artistas latinoamericanos y europeos que han dirigido su mirada al arte primitivo; para tanto, señala principalmente al uruguayo Joaquín Torres-García (1874–1949) quien, desde sus escritos iniciales, ya había defendido la idea de incorporación de la estética precolombina para la creación de un “arte americano autónomo, diverso del Viejo Mundo”.