La importancia de este escrito radica en que reúne argumentos típicos del pensamiento de Marta Traba (1923–1983), la crítica argentina de arte, radicada en Colombia, durante el segundo lustro de la década de 1950. En primer lugar, es una defensa fehaciente del arte moderno —específicamente del arte abstracto contemporáneo—; o sea, un compromiso que Traba asumió desde su llegada a Bogotá (en septiembre de 1954) apoyando la producción de los jóvenes artistas desde marcos teóricos formalistas desde los que opera. En segundo lugar, hace evidente su preocupación por la participación del público en la definición de una obra de arte; en este caso, insiste en la necesidad de la educación del público para evitar juicios falsos y contradictorios. Por último, puede verse que en su argumentación acude a referentes teóricos foráneos —Wilhelm Worringer (1881–1965) en este caso— y a ejemplos de la historia del arte universal, para explicar fenómenos locales de su interés.
Considerando el momento artístico al cual este artículo corresponde —en el que algunos artistas [entre ellos, Eduardo Ramírez Villamizar (1923–2004), Judith Márquez (1925–1994), Edgar Negret (1920–2012) (1), Luis Fernando Robles (nac. 1932) y el peruano Armando Villegas (1926–2013) (2)] afianzan un acercamiento individual al lenguaje abstracto—, este es publicado en respuesta a una serie de artículos que, a lo largo de la década, se escribieron contra el arte abstracto y los discursos que lo apoyaban.
Con relación al pensamiento de Marta Traba en el segundo lustro de los años cincuenta, véase su libro El museo vacío publicado por Ediciones Mito en Bogotá (1958), donde propone el estudio de quince obras provenientes de distintas vanguardias europeas.