Escandalizados por la factura de las obras del pintor colombiano Ignacio Gómez Jaramillo (1910–1970) en el Capitolio Nacional, numerosos columnistas de temas políticos y uno que otro político profesional externaron su opinión sobre el asunto. La concepción artística de Gómez Jaramillo fue tildada de “inapropiada” para ornar (1) un edificio neoclásico diseñado a mediados del siglo XIX, prejuicio que Luis Vidales rebatió con su crítica en el artículo que recoge este documento. Era la época en que el muralismo mexicano empezaba a tener eco en Colombia, producto de la política difundida a través de la llamada Revolución en Marcha (entre 1934 y 1938) por el entonces presidente liberal Alfonso López Pumarejo (1886–1959).
Con argumentos rigurosos y serios, el poeta vanguardista Luis Vidales (1900?1990), uno de los críticos de arte más lúcidos de la Colombia del siglo XX, terció con este documento en la polémica desatada en 1939 a raíz de los dos murales de Gómez Jaramillo en el Capitolio Nacional (1). Vidales resumió y rebatió los argumentos esgrimidos por los opositores a las obras de Gómez Jaramillo, señalando que estaban hechas a la manera renacentista, de espaldas al concepto de masa que imperaba en aquel momento.
Gómez Jaramillo estudió en Europa y asimiló las mejores virtudes del postimpresionismo, en especial las innovaciones del artista francés Paul Cézanne. Algunos de sus paisajes fueron calificados como las pinturas más modernas de esta primera parte del siglo en Colombia. Gracias al apoyo oficial, el artista permaneció en la capital mexicana entre 1936 y 1938 donde aprendió la técnica del fresco y tuvo oportunidad de aquilatar las realizaciones de los artistas mexicanos conocidos como Los Tres Grandes: Diego Rivera (1886?1957), José Clemente Orozco (1883?1949) y David Alfaro Siqueiros (1896?1974).