Durante la década de los sesenta se dieron cambios significativos en el arte colombiano: entre ellos, la consolidación definitiva de Fernando Botero (nac. 1932), Alejandro Obregón (1920?1992) y el panameño Enrique Grau (1920–2004) asociados, en su momento, a la figuración expresionista; la consolidación del expresionismo abstracto, la aparición de los primeros artistas asociados a la abstracción geométrica, de los primeros artistas militantes políticos y de los artistas que posteriormente serían asociados a los orígenes del conceptualismo en Colombia.
En este contexto, aparece el ensayo “Ideas sobre la cultura nacional y el arte realista” (enero?febrero de 1965) de Francisco Posada; es un momento de emergencia hacia nuevas corrientes artísticas y de intenso debate sobre “lo nacional” en el arte colombiano. Para la fecha, nacionalistas e indigenistas habían sido sepultados por la crítica implacable de Marta Traba. Posada, además de disentir en algunos puntos de la voz crítica de Traba (en el aparte “Arte y Revolución”, ataca la tesis donde ella afirma que “a un cambio de estructuras sociales corresponden necesariamente formas artísticas reaccionarias”); de la misma forma, contrario a la tradición que afincaba la identidad nacional en la tradición tanto indigenista como nacionalista (la antítesis trabista por excelencia), Posada habla del realismo como salida “en relación directa con el humanismo”, el cual, contrario al Realismo Clásico, tendría como producto “el que aprehende fiel y lúcidamente su hora y su momento en términos universales, es el resultado de lo mejor de las tradiciones y de lo nuevo”.
Francisco Posada (1) (1934?1970) estudió Jurisprudencia en la Universidad del Rosario y Filosofía en la Universidad Nacional de Colombia, ambas en Bogotá. Fue traductor de varios ensayos de cuño filosófico de Jean-Paul Sartre (1905–1980) y de Maurice Merleau-Ponty (1908–1961). Escribió varios libros, entre otros, Colombia: violencia y subdesarrollo (Bogotá: Ediciones Tercer Mundo, 1969).