El crítico de arte Mário Barata es defensor de una idea de arquitectura como arte, subrayando el equívoco de que sea vista sólo desde su aspecto técnico, quedando así más cercana a la ingeniería que al arte propiamente. Esto genera, de hecho, que su enseñanza se aleje de las artes plásticas. Con objeto de corroborar su pensamiento, cita a dos arquitectos, el mexicano Enrique Guerrero y el brasileño Lúcio Costa. A juicio de Barata, la arquitectura es un arte social y se refleja en los proyectos habitacionales para gente de escasos recursos. Durante el formalismo estético de finales del siglo XIX y principios del XX, el carácter no representativo de la construcción arquitectónica ayudó a entender tanto sus recursos plásticos como sus posibilidades de expansión artística; algo que se pierde, de repente y de manera parcial, con la irrupción de una tendencia “funcionalista” en la arquitectura moderna. El autor recuerda que —durante el Congreso Internacional de Artistas, realizado en 1952 en Venecia— el arquitecto suizo Le Corbusier defendió la idea de integración de las artes y, a partir de la cual (amparado en la teoría de Wilhelm Dilthey) propone la arquitectura como arte total. Al final de su texto, añade la transcripción de una carta de Costa a sus alumnos, en la Faculdade Nacional de Arquitetura, donde defiende la cercanía irreversible entre arte y arquitectura.