Tomás Ybarra-Frausto ofrece en este documento un breve repaso de las condiciones y los sucesos que precipitaron el desarrollo del arte chicano, comenzando con los orígenes del movimiento político chicano de la década de sesenta. Sugiere que El Movimiento, tal y como se le conoce, fue una reacción contra la exclusión y, al mismo tiempo, la americanización de los chicanos que vivían en los Estados Unidos, lo cual sirvió para contrarrestar las monolíticas opiniones de la sociedad y cultura estadounidense. El autor resalta el papel fundamental que desempeñaron los artistas plásticos, los escritores, músicos y cineastas en difundir el mensaje político de El Movimiento, que, con el tiempo, llevó a la consolidación de un programa estético donde la función social del arte se subrayaba. Además de recalcar la necesidad del trabajo artístico socialmente participativo, los primeros trabajadores culturales concibieron formas de establecer una serie de redes de información y apoyo independientes de las predominantes instituciones de arte; crearon lugares de exposición alternativos dentro de sus comunidades, fomentando la interacción entre los artistas y el público mediante la integración del arte y los eventos sociales. Ybarra-Frausto señala que los primeros participantes en el movimiento chicano destacaron la importancia de tener una comunidad unida y coherente, aquella donde trabajadores sociales y culturales pudieran aunar fuerzas en pro del desarrollo de “un nuevo arte del pueblo”, basado tanto en experiencias compartidas como en tradiciones artísticas. No obstante, el autor explica que la posterior generación de los noventa diverge de los fundamentos ideológicos de El Movimiento, pues rechaza las ideas de lo que Ybarra-Frausto denomina “coherencia cultural y fijeza”. Aunque está a favor de prácticas que continúan reinventándose formal y temáticamente como resultado de un mundo cada vez más globalizado, todo ello unido a la necesidad de los artistas de gestionar su situación en dicho nuevo contexto.