El documento “El arte como expresión de las fuerzas fundamentales de la cultura” fue publicado en un momento crucial para el campo artístico en Colombia: el período entre las décadas de los cuarenta y cincuenta, cuando la asimilación de corrientes autonomistas del arte moderno, por parte de los artistas locales, y la consolidación del proyecto modernista en todas sus vertientes (política, arte, arquitectura, urbanismo, etcétera) era ya una realidad ineludible. Hacia 1945, políticos conservadores tales como Laureano Gómez (1889–1965) habían publicado ya “El expresionismo como síntoma de pereza e inhabilidad en el arte” (Revista Colombiana, 1 de enero de 1937) y en la prensa habían aparecido artículos contra dos artistas colombianos: Débora Arango (1907–2005) y Carlos Correa (1912–85). Los pintores y escultores asociados a las corrientes autonomistas del arte moderno venían en ascenso, entre ellos Alejandro Obregón (1920–92), Eduardo Ramírez Villamizar (1923–2004) y Edgar Negret (1920?2012) (1). Por otra parte, las condiciones para su valoración habían empezado a ser discutidas por autores colombianos de orientación liberal tales como Luis Vidales (1900–1990) e Indalecio Liévano Aguirre (1917–82).
Aunque Liévano no menciona el caso particular de ningún artista colombiano, la tercera parte del ensayo es decisiva para situarlo en los debates propios de su momento histórico. Sin olvidar que el autor parece confundir el término “arte modernista” con abstracción, de una u otra forma describe las condiciones necesarias para la valoración artística de la modernidad, permitiendo un acercamiento teórico a esta última en un contexto antagónico. Para Liévano, la desgastada “emoción estética”, en la modernidad va acompañada “con el estudio racional de la obra”; lo cual sería distinto a la emoción estética ante el arte tradicional que nacería “en el corazón como una reacción específica y sentimental del sujeto frente al objeto” (pp. 373–74, todas las citas).
Sin embargo, en sus conclusiones, Liévano llama la atención sobre una “ausencia de dirección objetiva y vital” de la cultura moderna debido a la existencia de “un mundo tan lógico que parece muerto”, heredado del racionalismo de Immanuel Kant (1724–1804), de René Descartes (1596–1650) y Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770–1831). Liévano propone una “reconstrucción total de la cultura” en pos de un “perfecto acuerdo entre lo racional y lo vital”.
Indalecio Liévano Aguirre estudió Derecho en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Luego de haber obtenido su grado, en 1944, fue nombrado miembro de la Academia Colombiana de Historia. Desde 1943, Liévano ocupó numerosos cargos públicos como ministro, embajador, representante en la Cámara de Diputados y senador de la República.