“El Salón Nacional es un apoyo oficial que ofrece un marco de referencia que debe conjugar, en la mejor proporción posible, un estímulo a la actitud creativa con un buen nivel artístico”. Con esta reflexión, Carolina Ponce de León (nac. 1957) puntualiza lo que, en esencia, debería representar el Salón; el cual, en su opinión, en esta edición demostró aciertos en su organización y fallas en la selección de obras.
Su inconformidad frente al XXXI Salón Nacional de Artistas se torna manifiesta cuando Ponce de León enuncia que se hizo caso omiso de la trayectoria del arte nacional; en su opinión, no “hubo un concepto [general] que determinara el conjunto”,refiriéndose tanto a las obras como a la manera en que estas fueron dispuestas en el espacio. Asimismo, sugiere ella que hubiese sido mejor reducir la muestra en pro de una exhibición con calidad curatorial en la que los criterios de selección y de montaje hubiesen dado señales de diálogo, amén de correspondencia conceptual y formal entre las propuestas seleccionadas. Este documento se concentra en el Salón como evento, señalando, de manera concreta, aciertos y desaciertos del mismo.
José Hernán Aguilar (nac. 1952), en su texto sobre el mismo Salón, “Sala en espera nacional”, publicado en la revista Arte en Colombia (1988), hace varias observaciones que complementan el texto de Ponce de León. Allí, Aguilar escribe que no encontró diferencia entre este Salón y el anterior; por otra parte, expresa que el concepto de “Salón” es anacrónico; incluso, plantea la idea de buscar un término que resulte apropiado para prácticas artísticas vigentes en el momento (1988). Trátase de un asunto que, a su juicio, no se resuelve con el cambio de nombre del Salón mismo (de artes visuales, de artistas nacionales, nacional, entre otros). A diferencia de otros autores, Aguilar no aplaude la organización, manifestando la ausencia de directriz conceptual que permitiera una lectura crítica de las obras exhibidas.
En esta oportunidad, la sede del Salón fue el antiguo Aeropuerto Olaya Herrera de la ciudad de Medellín, siendo los artistas premiados Luis Fernando Peláez (nac. 1945) por su obra Sin título (1987) y Doris Salcedo (nac. 1952) por su instalación Sin título. El primero es un trabajo de investigación de Peláez sobre el espacio y sus posibilidades de expresióny el segundo implica un montaje realizado por Salcedo con elementos de desecho de un hospital. En el mencionado Salón se realizó una exposición-homenaje de la artista pionera en Colombia de denuncias contra el abuso de la mujer, Débora Arango (1907–2005).
Carolina Ponce de León desempeñó papel de destaque en las décadas de los ochenta y noventa tanto en la crítica de arte como en la curadoría. El año en el que escribe esta columna era la directora de Artes Plásticas en la Biblioteca Luis Ángel Arango, además de ser la curadora de la muestra anual Nuevos Nombres (1985–94). Sus textos son material fundamental para el planteo de una revisión de las prácticas artísticas colombianas en las últimas décadas del siglo XX; dentro de estos se destaca el volumen El efecto mariposa (1985?2000), una colección de ensayos sobre el campo del arte.