La importancia de este texto radica en que, además de apreciar las cualidades humanas del pintor y fotógrafo colombiano Luis Benito Ramos (1899–1955), valora la idea de “nacionalismo” que permeó su trabajo pictórico y fotográfico. Ramos nació en una pequeña población situada al nordeste de Bogotá, donde luego estudió pintura; viajó a París, en 1929, por medio de una beca y allí aprendió la técnica fotográfica. Volvió a Colombia en 1934 y ensayó la pintura mural al fresco. Mientras que su obra fotográfica fue aclamada por la crítica más autorizada de la época, el pintor fue objeto de enconados ataques por parte de Jorge Zalamea (1905–1969).
Lo asombroso es que en pocos años, Ramos realizó una obra de vastas dimensiones, ganando el reconocimiento de sus contemporáneos con el fervor y la unanimidad que sólo un puñado de creadores han conseguido en la historia de la cultura colombiana. Sin embargo, al morir en Bogotá el 28 de marzo de 1955, Ramos era un artista frustrado, pues su pintura jamás sería reconocida por la crítica especializada.
El gran fotógrafo terminó por caer en el olvido mientras el pintor nunca se realizó. El único premio que obtuvo lo ganó con un cuadro aparatoso concebido de espaldas a las estéticas de su época y enviado a un Salón que careció de prestigio. Ramos fue un gran artista que no pudo alcanzar lo que quiso; la placa de letras rojas sobre fondo oro que tenía a la entrada de su estudio en Bogotá lo explica todo: primero anunciaba al pintor y después al fotógrafo, aunque era al fotógrafo a quien los entendidos aclamaban.