Eduardo Serrano Rueda (nac.1939), crítico de arte y director de la Galería Belarca en Bogotá, escribió este artículo veinte días después de haberse difundido la convocatoria al XXIII Salón de Artistas Nacionales (Colombia) por parte de la Junta Asesora de Artes Plásticas del Instituto Colombiano de Cultura (Colcultura). Esta Junta, además de organizar el evento, también se desempeñó como jurado de selección en las ciudades de Bogotá, Cali, Medellín y Barranquilla. En la opinión de Serrano, es paradójico que algunos de los miembros de la Junta —premios nacionales en anteriores versiones, como era el caso de los artistas Pedro Alcántara (nac. 1942), Manuel Hernández (nac. 1928) y Juan Antonio Roda (1921–2003), quien luego renunció— hayan promovido y oficializado la decisión de suprimir toda ayuda económica para los artistas. El certamen nacional estaba en crisis. Serrano, en su artículo “El XXIII Salón Nacional” publicado en El Tiempo (26 de julio, 1973) explica que la versión anterior del Salón se había caracterizado por la “escasa calidad de sus obras”. En ese momento, señala que el Salón se está replanteando y deja entrever un clima abierto a las propuestas. Serrano fue uno de los críticos más acérrimos de esta medida oficial. De tal manera, que promovió el primer Salón Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Jorge Tadeo Lozano (octubre 1972) —en contrapropuesta al “Salón oficial”— en el cual se otorgaron, en cambio, 30 premios a los artistas. Además de este artículo, escribió uno anterior al conocerse la decisión, publicado por el mismo diario: “El asesinato del Salón” (El Tiempo, Bogotá, 18 agosto 1972). El texto sobre “El primer Salón oficial”,en cierta medida, dilucida la crisis en la que se encontraba el Salón y critica directamente la actitud de la Junta que aseguró, en ese momento, que “la protesta de los artistas sólo existe en la mente de un ‘grupito’”. A su vez, el escritor Antonio Montaña escribió un artículo en el mismo diario bogotano invalidando la crítica de Serrano por manifestarse desde el oficio de galerista. Así lo expresó: “(…) apareció Eduardo Serrano, dueño de una galería, para ejercer el oficio [de crítico], pero la crítica emanada de un comerciante de arte resulta, por obvias razones, invalidada. Siempre queda la sospecha de que hay una razón distinta de la estética para defender determinada obra” (artículo seleccionado por Camilo Calderón Schrader (ed.), 50 años, Salón Nacional de Artistas, Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, Colcultura, 1990).