En este texto, Marta Traba rechaza la noción de que el arte latinoamericano existe como una forma de expresión distinta. La autora comienza el ensayo explicando que la cultura global generada por las naciones industrializadas se mueve dentro de ciertos marcos o bien parámetros establecidos. Explica incluso que el consumismo ha hurtado al arte su carácter de “especificidad y representatividad”. Traba acusa al vanguardismo, hasta el punto de achacarle abiertamente que ha promovido el “entretenimiento” de la “élite manipuladora”. Es de la creencia de que los artistas latinoamericanos no son para nada importantes en esta cultura global y que para alcanzar cierta relevancia en el mundo occidental, ellos deben “fundirse por completo con el proyecto europeo”. Traba asegura que los artistas latinoamericanos contemporáneos manejan este asunto de dos maneras: la primera, al distanciarse ellos mismos de su proyecto,; y, la segunda, al “tratar de coincidir miméticamente” con el mismo. Traba describe al primer grupo como abanderado de la cultura de la resistencia y que, según la autora, debería regresar al arte figurativo por medio del cual se reconecte con sus ambientes regionales y emplee el arte como lenguaje. Traba declara que las sociedades latinoamericanas son, en gran medida, subdesarrolladas y que este arte global tendría como uno de sus objetivos básicos el retrasar la formación de identidades nacionales. A seguir, vuelve a mostrar sus objeciones a los exponentes del vanguardismo, describiéndolos como chantajistas y capciosos, declarando que el arte de la resistencia “cumple la función epistemológica y ofrece un servicio político”.