Víctor Alejandro Sorell, historiador del arte y activista, pondera en este texto las razones para la designación del pueblo chicano como nación, incluyendo en ella la historia de la patria azteca del siglo doce: Aztlán, ubicada en el Sudoeste estadounidense. Hay la toma de gran parte de territorio mexicano por parte de los Estados Unidos en 1848, además de la cultura del mestizaje existente en esa región. El autor sostiene que, en el momento actual (inicio de los ochenta) es posible ver a los chicanos de dos formas: una, como minoría dentro un grupo mayor de chicanos que adoptan el mestizaje, y, la otra, como una gran población de chicanos, la cual, “… bajo ningún concepto es homogénea ni totalmente asimilada…”. Sorell sopesa las opciones al alcance de los nacionalistas chicanos para la acción política, incluyendo en ello tanto la secesión como la indemnización por parte del gobierno de los Estados Unidos por su anexión territorial. Se hace hincapié, también, en la vitalidad y fuerza de los últimos artistas y poetas chicanos, tales como Santos Martínez, que definió al chicano como “un mexico-americano implicado en una lucha sociopolítica para crear una conciencia significativa, contemporánea y revolucionaria, como medio para acelerar los cambios sociales y establecer, así, una realidad cultural autónoma entre los demás estadounidenses de ascendencia mexicana”. Sorell, sin embargo, concluye que los artistas chicanos continúan en la periferia de la lucha nacionalista chicana, y continuarán así hasta que el pueblo los adopte. Según escribe, “el pueblo debe abrazar al artista de la misma forma que Chile integró a su poeta nacional, el recién fallecido Pablo Neruda…”.